“El Centro de las Cosas”
Artistas: Colectivo Sector Reforma, Javier Cárdenas Tavizon, Santino Escatel y Alejandro Fournier.
Curador: Guillermo Santamarina
Galería Metropolitana, DF
La energía se desprende de elementos férvidos. Un chispa y un empeño. El primer fruto de un golpe de convicción, de un empuje parecido al primer ejercicio de un coito donde súbitamente muchos destellos convergen en un mismo punto, y el viento parece cuchichear nuevas canciones de redención. La marea, la última del día, aquella que bondadosamente entrega en la playa los ahogados ojos de aquellos que intentaron cruzar la frontera. El viento, aquella mano siempre abierta, que roba en la noche las palabras escritas en un papel para entregarlas a un árbol. Y la electricidad, que en el invierno hablará del amor para todos, y también de desamor: de la deriva de la bondad donde no se escucha voz, pero si el eco que viene de la orilla del vivir en una ciudad difícil. Recientemente, Rodrigo, joven artista que participó en la última cita de ARTifariti en un heroico campo de refugiados en el Sahara, me compartía su profunda experiencia de 10 días en ese poblado apenas suministrado por servicios urbanos, y efectivamente, totalmente supeditado a las duras condiciones del desierto. En los muchos detalles que destacó, a partir de mi efusivamente curiosa entrevista sobre como viven ahí, inevitablemente estuvieron implícitas las comparaciones con nuestra espesa realidad urbana. La luz, el paso del tiempo, el ruido, el orden y el decorado de las habitaciones, la seguridad en la calle, el civismo y la solidaridad del pueblo, o la comunicación personal cotidiana, fueron algunas de las perspectivas que en el cotejo fueron admitidas como vectores diametralmente contrarios a lo que apodera la vida hoy en una ciudad. La mirada de Rodrigo regreso colmada de estrellas, y yo me escuché más de tres veces rectificando el volumen de mi voz estridente.
Sin proponerse cuestionar franca y categóricamente nuestro diario escenario existencial, Javier Cardenas Tavizón, Santino Escatel, y Alejandro Fournier (cabezas, manos y pies del intermitente proyecto colectivo Sector Reforma), operan con sus particulares procesos creativos, y con el consecuente a su proyecto conjunto. Lo hacen –por cierto, prodiga y velozmente- tanto en singularidades vinculadas a ejercicio plástico (Javier rondando usualmente los placeres de la pintura, Santino examinando caracteres de dimensión y profundidad escultórica proyectados por la arquitectura arquetípica, o tensando la maniobra iconográfica, que es lo que frecuenta Alejandro incluso cuando se sube al papel de Joe from Wisconsin, su identidad rockera), como en la identidad que presenta a tres agentes reactivos experimentando con sustancias –químicas, físicas y discursivas- que se fusionan con otras, dando lugar a transformaciones y experiencias híbridas que desafían perspectivas convencionales sobre el orden urbano, y esas supuestas defensas que solventa la institucionalidad. En efecto, disponiendo energía al tentaleado de arquetipos, controvirtiendo chauvinismos, congestionando la dilucidación de pedestales institucionales, y/o simplemente observando señales de accidentes impredecibles en hipotéticas capacidades de carga sin defectos. No llanamente manifestadas como alegorías de la condición urbana presente, ni tampoco como símiles de la vulnerabilidad humana, las obras de estos tres inquietos fluyen entre las impresiones dubitativas que provoca toda concreción creativa en la condición histórica presente de nuestro planeta. En la premiosa seguridad que acompaña a la asociación de virtud, de destreza, de confianza, e incluso de festejo recurrente, paradójicamente servida por signos de inopia y por emblema melancólico, pero reiteradamente, también favoreciendo el despliegue de energía…por lo menos entre los muros de la Galería Metropolitana. El romanticismo es la energía en el centro de las cosas. Sus caracteres, catalizadores, cuotas, quedan más fácilmente plasmados al dejar que la mirada libremente no halle lo que quiera. Así es. Y se me ocurre ahora, que mañana puede que sea otra historia, que sea éste el relato de un viaje interior y no la explicación de lo que tres tenaces artistas jóvenes mexicanos conquistan y comparten, y que esto es una infusión intravenosa que recorre los circuitos nerviosos y celulares del que escribe, y a lo mejor, del que lea esto allá en el maldito Sahara, llevándonos a un destino sin retorno poético